Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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jueves, 6 de agosto de 2015

¡QUÉ CALOR! (II)

¡QUÉ CALOR...!   (II)

No transcurre un invierno sin que los hombres digan: ¡Qué frío hace!... ni se pasa un verano sin que resuene esta queja: ¡Uf..., qué día de calor...! Y esto se repite sin excepción todos los años y seguirá repitiéndose hasta el fin del mundo. 
Es cierto, las personas cuando no tienen otra cosa de qué hablar, suelen invocar la climatología, o sea: -“¡¡Mariá... Vaya día de calor que se está dejando caer..!!” – “Pues anda que ayer sí que apretó...”- dirá el interlocutor (o la interlocutora -seamos correctos-).

Record altas temperaturas.

Es paradójico que quien más se queja de estos rigores climatológicos son las personas más acomodadas, es decir, quienes disponen de medios para mitigar tales inclemencias de la condición atmosférica. Pocas veces oiremos quejarse al trashumante de esos caminos de Dios, en todo caso le oiremos asegurar que le agrada más la brisa pura que el aire acondicionado, aunque algunas veces se presente escupiendo fuego, o al rústico agricultor, abrasado bajo el sol impío, cavando sus rojas tierras del noroeste de Murcia, aunque sólo pueda refrescarse con un ‘al-par’ del agua que corre alegremente por las regueras y la sombra de su vieja higuera. 
Algunos defienden el invierno porque no se suda, luego están los aficionados al esquí y: -“la temporada de nieve no hay quien me la quite”…- unos hablan de Baqueira Beret y otros se inclinan por el sol y la nieve de Granada. 
Otra nutrida tropa son los masoquistas veraneantes de temporada, esos de los baños en la playa de moda, donde lucirán sus carnes, ya morenas, con las de millares de personas oliendo a chicha quemada; deberán reservar al amanecer un huequecico para mojarse y si el agua viene un poco sucia o sufren la picadura de una medusa, no hay que preocuparse, la sal todo lo cura.

Benidorm en agosto.
También hay quien le gusta más los paseos al atardecer crepuscular por el singular casco antiguo de Cehegín, la alegría y el frescor de las diáfanas noches estivales, los cines de verano contemplando la pantalla y mordiéndole al bocadillo bajo el fulgor de la estrellas. 
En realidad, el verano es sinónimo de libertad ¿Quién no puede refrescarse, aunque sea metiendo la cabeza en la acequia más cercana?; lástima que no podamos gozar como antaño de aquellas profundas ‘vaeras’ del río Argos donde tantos ‘capuzones’ nos dábamos mezclados entre las saltarinas ranas y las inquietas ‘mariquitas’ junto a las frescas hierbas de los azudes, cuando previamente ‘rezábamos’ –“El primer capuzón / que no me dé calentura / ni dolor de corazón…”  o el postrero: -“Capuzón de Cristo que me visto…”-

Niños bañándose en una 'vaera'.
El estío como lo demuestran la mayoría de los animales (recordemos la fábula de la cigarra y la hormiga), está concebido para recolectar lo que luego necesitarás en invierno, aunque este mundo loco todo lo tergiverse y no pocos hay, quienes piensan que el Creador hizo el invierno para trabajar y el verano para descansar, o lo que es peor, quienes creen todavía que el ‘Gran Jefe’ decretó que hubiese amos y servidores, en otras palabras: que unos pocos vivan como reyes (aunque ahora la clase real también sufre sus cuitas), invierno y verano y el resto se jorobe obedeciendo y pasando calamidades por la misma razón. 
La verdad es que nunca estamos conformes con nada, somos tan débiles, tan poquita cosa, que cualquier mal soplido helado del dios Eolo o un simple guiño destellante del padre Sol nos procura la mayor de las incomodidades. Como sentenciaba el tío Marianete: "....no resistís nada, ni el frío ni el calor, ¡anda que si tuvieseis que ir a la siega! ¡Menudo veraneo!.....,"


El gran Gila desvariaría: "... asunto confidencial: hay que trasladar la guerra al trópico, si puede ser a unos 25º de temperatura, con botijo, siesta y avisando al enemigo cuando nos despertemos para reanudar el fiero enfrentamiento"
En fin, queridos amigos, variados gustos aporta la viña del Señor, y hay que respetarlos todos, ¡para eso somos demócratas, hombre!  

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